Hay muchas razones por las que no querrías haber vivido en la Irlanda del siglo XIX. Pero sobre todo, no querrías haber vivido allí en la Gran Hambruna de 1845.

En aquella época, los irlandeses vivían a base de patata, aunque no por gusto. Una gran parte de la población era campesina, pero no tenía tierras. Las tierras eran propiedad de los ricos ingleses, para quienes cultivaban trigo que posteriormente enviaban a Inglaterra.

Como no podían consumir el preciado trigo, se alimentaban cultivando patatas, ya que proporcionaban más de una cosecha anual (hasta 4 en condiciones óptimas) y soportaban muy bien el clima irlandés.

Toda Irlanda subsistía a base de una única planta. Una economía entera basada en la patata.

Bueno, bonito y barato.

Hasta que todo se vino abajo por culpa de un protista.

Un protista, que no es un insulto (aunque podrías usarlo como tal), es un organismo unicelular eucariota del Reino Protista. La estrella de esta historia fue Phytophthora infestans, un hongo que infectaba y aniquilaba toda patata con la que entraba en contacto.

Algunas fuentes citan que el parásito llego en tubérculos de patata importados desde América. Otras dicen que llegó en excrementos de aves marinas de las costas peruanas y chilenas. En cualquier caso, el resultado fue devastador.

En 1941 vivían en Irlanda 8 millones de personas. Tras la hambruna, quedaron 6,5. Un millón y medio de habitantes perdidos por algo que podía haberse evitado.

La lección de esta historia es muy sencilla: puedes ahorrarte muchos disgustos diversificando.

La gran dependencia de la patata condenó a toda una generación a emigrar o morir de hambre. Si hubieran tenido una economía más diversificada, con diversas variedades de tubérculos y otros vegetales, la infección de este parásito habría sido algo anecdótico.

Por esa misma razón, tener todo tu dinero quieto en el banco es una muy mala forma de proteger tu futuro.

Si quieres ahorrarte disgustos, diversifica.

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No seas un irlandés de 1845 y protege tu futuro.

Feliz domingo.

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